Fragmento de artículo publicado en Diario de Cuba en abril 2015 donde el autor, Juan Antonio Blanco, lanza por primera vez el concepto de Cuba 3.0


Las palabras cuentan, como gustaba recordarnos Vaclav Havel. Son el medio que usamos para comunicar nuestros razonamientos. Un “régimen” no es solo un grupo de personas o un gobierno. Esa es la definición estrecha de ese concepto. Un régimen es ante todo un sistema de gestión que puede asumir diferentes modalidades, unas  democráticas  u otras autoritarias. Apoyar un “cambio de régimen” no equivale a favorecer el envío de la 182 División Aerotransportada a ningún país ni recurrir al terrorismo para alcanzar ese fin.

Chávez cambió el régimen democrático de Venezuela por otro autoritario, pero recurriendo a las urnas. El ya evidente fracaso de su experimento motiva hoy a la mayoría de los venezolanos a procurar un nuevo cambio de régimen –lo que no equivale al reemplazo automático e integral del actual por el anterior a 1998.

En lo referido a Cuba, la naturaleza polarizada y simplista de los debates en torno a las sanciones estadounidenses dificulta prestar la debida atención a lo que debería constituir el núcleo duro de toda discusión: el agotamiento del régimen cubano. Los cubanos sí aspiran a cambiar ese régimen, no a que se lo cambie una intervención militar extranjera. Pero desde el poder se construye cotidianamente la percepción de que ese es un deseo inviable.

A partir de su independencia en 1902 Cuba ha experimentado, a grosso modo, dos modelos de desarrollo y sistemas de gobierno. La Cuba 1.0 conjugó democracia liberal y mercado hasta 1959 impulsando con ellas la modernización del país; la Cuba 2.0 impuso la estatización total de la economía y del  espacio político e impuso un igualitarismo subsidiado por actores externos.

Washington –al igual que cualquier otro país– estará obligado a respetar ahora la voluntad soberana del pueblo cubano para definir en libertad la configuración de una Cuba 3.0 (para la que hay más de un modelo posible). Pero sin alcanzar la plena independencia del actual estado intrusivo y controlador la sociedad cubana no tendrá espacio para el libre ejercicio de su soberano derecho a la autodeterminación.

Raúl Castro se ha limitado a  “actualizar” el sistema, cuando lo que se impone es resetear la sociedad cubana, no para retornar a la de 1958, sino para avanzar hacia una Cuba 3.0. Pero ese es asunto que solo compete a los cubanos –no a Estados Unidos– definir y lograr. No obstante, lo deseable y decente sería que el apoyo político a ese reclamo legítimo no se extravié por las conveniencias cortoplacistas de los vecinos y la siempre complaciente retórica hemisférica.