Fragmento de entrevista a Juan Antonio Blanco por la presentación en Madrid del informe “La diaspora Cuban en el siglo XXI”

La diáspora cubana posee un considerable capital económico, humano y social. Sin embargo, las leyes vigentes en la Isla —copiadas de la URSS en tiempos de la Guerra Fría— continúan promoviendo una emigración unidireccional y limitando su participación en la vida nacional. La relación de esa diáspora con la Isla se limita hoy, esencialmente, a las relaciones familiares, envío de remesas y paquetes, pagos de servicios varios (como celulares) y viajes limitados a un mes de duración si se dispone del permiso correspondiente para acceder al país en que se nació. El valor conjunto de todos esos renglones se estima entre 2.000 y 3.000 millones de dólares anuales por algunos expertos. Sin duda un monto relevante en el contexto crítico de la economía nacional. Pero hay un aspecto menos estudiado que es el impacto de las “remesas sociales” —informaciones, perspectivas y valores— que la diáspora comunica a familiares y conocidos. Esas “remesas sociales” comunican —de forma natural y masiva— múltiples mensajes alternativos  a los que oficialmente difunden en la Isla.

Para que el potencial de la diáspora llegue a materializarse a plenitud es necesario, por una parte, alinear las legislaciones nacionales con los principios internacionalmente establecidos en materia migratoria incluyendo el respeto al Artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Por otra, se requiere establecer reformas que abran amplio cauce al desarrollo de un sector privado que llegue a incentivar una participación más significativa de la diáspora. Estados Unidos podría, por su parte, considerar que el embargo no está dirigido contra el sector no estatal cubano —como ya proclamó el Presidente Bill Clinton el 5 de enero de 1999— y excluir de sus restricciones las transacciones con el sector privado nacional que emerja de semejante reforma. Pero aun todo eso sería insuficiente si en Cuba no se produce un cambio de mentalidad y enfoque. Se requiere promover patrones migratorios circulares que permitan a la sociedad cubana beneficiarse no solo del capital económico de su diáspora sino también del capital humano (conocimientos y experiencias profesionales) y del capital social (relaciones en los circuitos globales del mundo financiero, científico, profesional, político), que ella atesora.

El argumento de que es necesario continuar privando del derecho a la libertad de circulación a trece millones de cubanos para garantizar la seguridad nacional no se sustenta cuando países que hoy son blanco permanente de importantes ataques y amenazas terroristas —como es, por ejemplo, el caso de India, Rusia, Argelia, Estados Unidos, España, Francia, Indonesia y paquistaní— no recurren a semejante medida para asegurar sus fronteras.

La permanencia de la mentalidad y políticas de la Guerra Fría bloquea el desarrollo nacional de múltiples maneras. Toda crisis es una oportunidad. Cuba podría demostrarlo normalizando la relación con su diáspora.


Publicado originalmente en Cuba, Democracia y Vida

Pintura “Éxodo cubano” de Asilia Guillen, 1963