La muerte del niño Damir Ortiz, víctima de un diagnóstico médico erróneo en Cuba, ha destapado una realidad conocida pero muchas veces ignorada: la devastación del sistema de salud cubano y el costo humano de una política autoritaria que ha sacrificado el bienestar de su población en nombre de una ideología fallida. La historiadora Alina Bárbara López Hernández ha hecho un comentario profundamente conmovedor sobre el caso, que a la vez sirve como diagnóstico social y político.
“No puedo siquiera imaginar el desgarramiento de una madre…”, escribe López, en un mensaje que no solo ofrece consuelo, sino que denuncia con valentía. Lo ocurrido con Damir —mal diagnosticado, maltratado por un sistema incapaz de brindarle atención médica adecuada— no es un hecho aislado. Es el síntoma de un país enfermo, donde la salud pública ya no es ni pública ni saludable. “La debacle de la salud fue… consecuencia directa de la reforma”, afirma la historiadora, refiriéndose a la supuesta “actualización del modelo económico” impulsada por Raúl Castro a partir de 2007.
Las cifras que expone la historiadora son alarmantes: entre 2007 y 2008 se registró un aumento de 4,496 muertes. Otro salto tuvo lugar entre 2016 y 2017, con 7,561 decesos adicionales. En 2020 se alcanzó la cifra de 112,441 muertes —32,779 más que en 1996, el peor año del Período Especial. Y esto sin contar las muertes por COVID-19. Mientras tanto, la inversión en Salud y Asistencia Social cayó drásticamente: de 232,6 millones de pesos en 2016 a apenas 84,5 millones en 2020. Una reducción de dos tercios.
Peor aún: este colapso ocurrió en el momento en que los ingresos por exportación de servicios médicos eran la principal fuente de divisas del país. En lugar de reinvertir esas ganancias en el sistema de salud, el Estado destinó los recursos al turismo, un sector que ni siquiera logra autofinanciarse por su alta dependencia de insumos importados.
Pero la crítica de Alina Bárbara va más allá de las cifras. La verdadera raíz del fracaso cubano, sostiene, no está solamente en la economía, sino en la política. Y en su respuesta a un lector lo deja claro: “El problema esencial por el que el socialismo no ha funcionado… tiene en su centro a la exclusión política. Puede incluso abrirse a una economía de mercado, como en China y Vietnam… y seguir adoleciendo de exclusión política”.
Este punto merece subrayarse. Durante décadas, se ha debatido si el socialismo fracasa porque no funciona como modelo económico. Como bien indica la historiadora, ese análisis es incompleto. El socialismo autoritario fracasa porque niega lo más básico: la participación política, la libertad de expresión, la posibilidad de que los ciudadanos tengan control sobre las decisiones que los afectan. La economía se derrumba porque no hay contrapesos, porque no se puede fiscalizar al poder, porque los errores se perpetúan al no haber mecanismos para rectificarlos. La exclusión social y la crisis económica son consecuencias directas de la exclusión política.
Incluso los modelos de partido único con economía de mercado —como China y Vietnam— siguen arrastrando enormes déficits democráticos. El desarrollo económico no borra la represión, la censura, la imposibilidad de organizarse libremente. Y en el caso cubano, ni siquiera ha existido ese crecimiento. Cuba ha optado por lo peor de ambos mundos: una economía estancada y una política cerrada.
La muerte de Damir, como la de tantos otros cubanos cuya dignidad y salud han sido pisoteadas por un sistema fallido, debe marcar un antes y un después. “Ahora nos corresponde a nosotros, sus compatriotas, luchar para que estas cosas no sigan ocurriendo”, concluye López. Tiene razón. Esa lucha no puede limitarse a exigir más insumos en los hospitales. Es una lucha por una Cuba distinta: abierta, democrática, participativa.
La salud no se recuperará mientras el poder siga en manos de una élite que gobierna sin rendir cuentas. Y el dolor de las familias cubanas no cesará hasta que se reconozca, sin ambages, que el fracaso no es solo económico. Es político. Y es humano.
En resumen: sin libertad no hay progreso.