Ya desde la antigüedad políticos y demás individuos de algún modo asociados al gobierno habían comprendido el poder de la propaganda. Tanto senadores, magistrados y tribunos del imperio romano como innumerables consejeros, pensadores y estadistas a través de la historia, percibieron la importancia de adaptar la realidad –al menos, de la manera en que la recoge el imaginario popular– a sus planes. En otras palabras, la importancia de alinear las creencias, convicciones y deseos de las multitudes con sus propios intereses, para poder de ese modo servirse de ellas en la consecución de sus objetivos. En este sentido, mucho se ha hablado de los métodos orwellianos de algunos regímenes totalitarios modernos para manipular la realidad a su conveniencia. Y dentro de ese contexto, si en algo descuella el Estado mafioso cubano (aparte de su implacable aparato represivo), es en crear una “realidad” paralela, esto es, totalmente divorciada de los hechos.

En efecto, el Estado mafioso cubano domina la maquinaria propagandística hasta tal punto que ha convertido la manipulación de la realidad y la desinformación de las masas en nuevas formas de arte. Para empezar, emplea la imagen, más que una herramienta, como un arma. Por cierto, que en este sentido tampoco tienen reparos en capitalizar no solamente el nombre y figura de aquellas personalidades que por desafectas han quedado condenadas al ostracismo –o aquellas que motu propio han preferido mantenerse alejadas de la escena pública, como fue el caso de la galardonada escritora Dulce María Loynaz Muñoz–, sino que lo han hecho incluso con sus seguidores e instrumentos, como el internacionalizado fusilador sumarísimo Ernesto Guevara.

Claro que el “talento” exhibido por el Estado mafioso cubano de hoy no ha surgido de la nada ni ha germinado por arte de magia. Abundantes antecedentes de la manipulación de la realidad podemos encontrarlos al examinar la trayectoria de su precursor supremo: Fidel Castro Ruz. El Don isleño, concienzudo estudioso del modus operandi de disímiles emperadores, caudillos y dictadores que lo precedieron, comprendió esa necesidad desde mucho antes de llegar a hacerse con el poder. Simultáneamente, también entendió que en ese empeño el control –y adecuación– de la narrativa eran decisivos en la manipulación de las masas.

De ahí, entonces, la trifecta “asalto al Moncada-desembarco del Granma-entrevista de Herbert Matthews en la Sierra Maestra”. En el primero de esos tres eventos supo mantenerse a salvo del peligro. Inexplicablemente, llegó tarde al enfrentamiento debido a que “se perdió”, a pesar de ser el único de los asaltantes que conocía la ciudad. Aquella presentación armada con visos de terrorismo le era necesaria para ganar currículo (y de paso, quién sabe, para desmarcarse finalmente de aquellos motes bochornosos de su etapa estudiantil). En cuanto al desembarco, llama la atención que fue lo suficientemente publicitado como para asegurar la presencia del ejército de Batista en la zona. Tras la frustrada incursión, bien se aseguró el invasor fracasado de difundir la simbólica cifra bíblica de los doce sobrevivientes en evidente paralelismo con los doce discípulos de Cristo, un concepto que acaso se insertó sin mayores dificultades en la conciencia colectiva de entonces dado el mesianismo patológico crónico que aqueja al pueblo cubano.

Entrevista de Herbert Matthews a Fidel Castro, una de las primeras farsas propagandísticas

En cuanto a la entrevista con el enviado del New York Times, este fue conducido en la madrugada del 16 de febrero al campamento de Castro en la Sierra Maestra, pero el futuro dictador no lo recibió enseguida. En vez de eso, esa noche le proporcionaron una manta y un catre donde acostarse. El embaucador apareció al amanecer del día siguiente, enfundado en un prolijo uniforme verde olivo rematado con un rifle de mirilla telescópica. Durante la entrevista se tomaron fotos, y el megalómano caudillo en ciernes hizo pasar frente al periodista una y otra vez a los mismos alzados con distinto atuendo y usando cada vez diferentes elementos distintivos como gorras o camisas. De ese modo logró el narcisista en jefe convencer al periodista de que menos de 30 hombres eran en realidad más de 400. A su vez, al caer en el engaño y hacerle el juego con su artículo, Herbert Matthews contribuyó al plan castrista para embaucar a la opinión pública internacional.

Pero por desgracia no fue ese el único mal resultante de la entrevista, pues el aspirante a tirano se las ingenió de paso para proclamar a través del medio estadounidense los supuestos ideales anticomunistas y prodemocráticos que apuntalaban su “dura” lucha por elecciones libres y la restauración de la Constitución de 1940.

En aquel momento Fidel Castro apenas sobrevivía; a duras penas lograba controlar una reducida área de la serranía con unos pocos guerrilleros. Sin embargo, aquel infausto reportaje lo salvó de la ruina y lo posicionó como principal líder de la revolución cubana, con lo cual también ganó popularidad internacionalmente. Tan trascendental fue el rol desempeñado entonces por el poder de la prensa, que hizo posible para el tirano Castro I la consolidación de un régimen totalitario que perdura hasta nuestros días, más de 60 años después de aquel fatídico encuentro.

Y a propósito de simular numerosos partidarios cuando en realidad se tienen pocos, diferente maniobra, pero con el mismo objetivo, pondría en práctica más tarde el capo crimine de Birán durante las movilizaciones del gobierno, especialmente los desfiles de cada 1º de Mayo. Algo que de hecho no es tan difícil, una vez que se tiene el control absoluto de los ciudadanos. Por si algún día se anima el amable lector a montar su propio régimen totalitario, aquí va la receta. En primer lugar, asegúrese de que todos los trabajadores (que para entonces deben ser empleados estatales) entiendan que, si no se presentan en el desfile, acontecimientos lamentables sobrevendrán sobre ellos y sus familiares; el más leve, perder el trabajo.

Segundo paso: el día señalado, prohíba u obstaculice la circulación de vehículos privados, a la vez que sitúa la totalidad del transporte público estatal (que a la sazón también será suyo) en función del traslado de los movilizados (que Ud. previamente convocó para la madrugada o la noche anterior). Tercer paso: delimite el área por donde transitará el desfile, que será de unas pocas cuadras a lo largo de una calle céntrica y/o cargada de simbolismo patriótico. En el caso de la capital la avenida Paseo resulta ideal, pues además de cumplir con ambas condiciones no es recta, sino que dobla ligeramente antes de llegar a la plaza de la Revolución, lo justo para que el espectador no pueda percibir dónde comienza el desfile si usted ha sabido ubicar las cámaras convenientemente. Cuarto paso: a medida que los trabajadores comiencen a llegar al punto de encuentro, asegúrese, mediante un cordón humano (esto es, mediante militares o colaboradores a su servicio) que una vez entren a esa área previamente delimitada, no puedan salir.

Ya logrado lo anterior, solo le restará tomar dos provisiones. La primera, comisionar a una gran cantidad de periodistas (todos estarán a su servicio) no solo a cubrir el evento, sino más bien a saturar los medios de comunicación masiva (también suyos) con imágenes de las “multitudes” marchando en su apoyo. Después de eso, ya puede usted divulgar la cifra de asistencia que se le antoje, la que más le guste. Quédese tranquilo, que nadie tiene cómo comprobarlo. Los vagos dirán que para qué tanto esfuerzo, si ahora existe Photoshop. Pero ojo, no caiga en el facilismo, no sea que termine haciendo el ridículo como le sucedió a Nicolás Maduro cuando le descubrieron sus “corta y pega”.

Ahora que, si de manipular la realidad se trata, tampoco podemos excluir aquel hito mediático que fue el anuncio de la creación de los Comités de Defensa de la Revolución, como si fuera una ocurrencia del momento, aprovechando que durante un discurso sonaron unos “oportunos” petardos con la consiguiente irritación de la claque. Si la anterior descripción le ha hecho sospechar que todo el incidente fue montado a la medida, lo felicito, ha acertado.

Por cierto, que Fidel Castro no solo empleó como arma la imagen, sino también la palabra. Imitando la neolengua y el doblepensar de la obra maestra de George Orwell, llamaba latifundistas a los terratenientes, y explotadores a los empresarios que impulsaban la economía del país. Si aquellos eran latifundistas, ¿cómo llamar al que se apropia de las tierras cultivables de un país para dejarlas invadir de marabú? Si aquellos eran explotadores, ¿cómo denominar a un Estado que obliga a sus empleados a trabajar 24 días del mes y solo les paga suficiente para malcomer uno?

Con tal maestro, no es de extrañar que el Estado mafioso castrista actual disponga de tan extenso catálogo de técnicas y tácticas de desinformación masiva, que además ha tenido tiempo de sobra para perfeccionar, sin olvidar que hoy la castromafia dispone de una serie de nuevas tecnologías inexistentes o incipientes en época de su infame precursor Castro I. El régimen tampoco se quedó atrás en el manejo y manipulación de las redes sociales, infame tarea para la cual ha comisionado a un abyecto personaje de nueva creación: las “ciberclarias”. A la par ha creado una serie de espacios televisivos como la Mesa Redonda, Con Filo o Hacemos Cuba, cuyo objetivo no es únicamente desinformar a los ciudadanos, sino principalmente intimidarnos. Indudablemente, el eficientísimo engranaje de manipulación mediática del Estado mafioso castrista sabe adaptarse a los nuevos tiempos.