Así como la mafia está intrínsecamente ligada desde su nacimiento a la violencia y el terrorismo, sus hijos, los Estados mafiosos, sustentan sobre tales pilares un considerable porcentaje de su dominio. En este sentido, el Estado mafioso cubano no es la excepción. Y como es común a otros regímenes mafiosos, totalitarios, genocidas y terroristas, la castromafia tampoco se ha conformado con intimidar exclusivamente a sus propios ciudadanos para mantener el control en el archipiélago caribeño, sino que además se ha esforzado en exportar la desolación y el caos hacia los cuatro puntos cardinales como una manera de afianzar su posición en la región y en el mundo.

Este comportamiento está lejos de ser exclusivo de la administración actual. Por el contrario, se remonta a los tiempos de ese tremendo precursor del Estado mafioso que fue Fidel Castro. Tan temprano como en la década de 1960 el comandante envió a su hermano menor y a Ernesto Guevara al otro lado del Atlántico para iniciar contactos con diversos movimientos de liberación nacional africanos, así como con el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Yasser Arafat, quien a su vez visitó la isla en 1974 para recabar armas y explosivos.

De la región, han recibido financiamiento y/o entrenamiento militar del régimen de La Habana César Montes, del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) de Guatemala, Luis Turcios Lima, del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) del Perú, varios jefes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador, el Ejército Popular Boricua (EPB-Macheteros), el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) de Uruguay, Sendero Luminoso de Perú, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), incontables guerrillas de Paraguay, Venezuela, Haití, Honduras, República Dominicana, Chile, y otros muchos movimientos guerrilleros o terroristas, si bien la línea divisoria entre ambos es fina y discontinua.

En 1973 expertos cubanos adiestraron no solo en la isla, sino también en Canadá, a miembros del Partido Panteras Negras, a los cuales además se les equipó con armamento y demás suministros militares a su regreso a Estados Unidos. De 1976 a 1982 recibieron entrenamiento militar en nuestro país más de 300 palestinos. De igual modo fue adiestrado en técnicas de sabotaje y guerrilla urbana, armas automáticas y explosivos el venezolano Illich Ramírez Sánchez, alias “Carlos el Chacal”, antiguo militante del Frente Popular para la Liberación de Palestina que durante varios años fue uno de los terroristas más buscados internacionalmente.

Desde el siglo pasado se esconden de la justicia española en la mayor de las Antillas varios integrantes del nacionalista radical Euskadi Ta Askatasuna (País Vasco y Libertad, ETA). Uno de ellos, José Ángel Urtiaga Martínez, vive en Cuba desde la década de 1980. De 1959 a la fecha han encontrado puerto seguro en nuestro país no solo etarras, sino también una pléyade de terroristas y narcotraficantes condenados o con órdenes de arresto de autoridades internacionales. Según estimaciones del FBI, el régimen de La Habana ha proporcionado refugio a decenas de prófugos de la justicia estadounidense. El lector habrá oído mencionar sin dudas a Assata Shakur, nacida Joann Deborah Byron, militante del Black Liberation Army (organización terrorista de corte marxista integrada mayoritariamente por ex Panteras Negras) e implicada en el asesinato de un policía y otros delitos en la nación norteña.

Algunos otros fugitivos de la ley norteamericana refugiados en Cuba son Guillermo Morales, fabricante de bombas de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) puertorriqueñas, responsables de más de 140 explosiones en los Estados Unidos durante las décadas de 1970 y 1980 en las cuales murieron al menos seis personas; Víctor Manuel Gerena, de Los Macheteros, uno de los autores del robo de 7 millones de dólares a una sucursal del banco Wells Fargo; Ismael LaBeet, condenado por la masacre de Fountain Valley; Charles Hill, buscado por el asesinato de un policía en el estado de Nuevo México en 1971; y Frank Terpil, ex oficial de la CIA buscado por suministrar más de 20 toneladas de explosivos al dictador libio Muamar el Gadafi.

Varios cabecillas del ELN colombiano disfrutan asimismo de la protección del régimen, como por ejemplo Luz Amanda Pallares, alias Silvana Guerrero; Consuelo Tapias; Vivian Henao; Isabel Torres; Israel Ramírez Pineda, alias Pablo Beltrán; Víctor Orlando Cubides; Manuel Gustavo Martínez; Tomás García; Juan de Dios Lizarazo Astroza, alias Alirio Sepúlveda; Nicolás Rodríguez Bautista, alias Gabino; y Oscar Serrano. También hallaron refugio en nuestro país Luciano Marín Arango, alias Iván Márquez; Seusis Pausivas Hernández, alias Jesús Santrich y Rodrigo Londoño Echeverri, alias Timoleón Jiménez, Timochenko o Timochenco, de las FARC.

¿Pero cómo, se preguntarán algunos, puede destinar fondos para esas causas un gobierno que tiene a su pueblo pasando hambre? En primer lugar, no hay que olvidar que Cuba recibe subsidios y donaciones de más de una veintena de países de la región y el planeta, con lo cual el régimen de La Habana recauda varios millones de dólares cada año. Otra parte considerable de esos fondos y recursos procedería sin dudas de su par ruso, pues Vladimir Putin dispone a su conveniencia de las incontables riquezas del gigante euroasiático, y como capo al fin y al cabo no rinde cuentas de cómo emplea los recursos del país ni perdona a quienes lo cuestionen. A esto añádase que Moscú ha mantenido intereses en la región al menos desde que el fantasma del comunismo salió a recorrer el orbe.

Tampoco puede desestimarse el formidable caudal que fluye hacia las arcas del castrismo por concepto de ganancias del lucrativo negocio del narcotráfico. El propio comandante Manuel Piñeiro Losada, alias Barbarroja, llegó a exteriorizar la opinión de que el problema de las drogas era un problema de Estados Unidos, y que si el narcotráfico le causaba daño a la nación norteña y al mismo tiempo proporcionaba fondos para la revolución, bien estaba. Quien sepa leer entre líneas concordará en que nadie puede obtener beneficios económicos de un negocio del cual no participa.

De hecho, los vínculos del régimen de La Habana con el narcotráfico internacional han superado el plano de las especulaciones para pasar al de las evidencias: el 19 de mayo de 2019, los Servicios Navales de Panamá confiscaron un cargamento de cocaína procedente de Cuba con destino a Turquía. Asimismo, ha trascendido que militares del patio sirven de enlace entre el ejército venezolano y las narcoguerrillas colombianas. La “Misión Identidad” del sistema de inmigración de Venezuela, dirigida por cubanos y venezolanos, facilita la entrada en ese país a agentes isleños, redes de narcotráfico, narcoguerrillas colombianas y terroristas islamistas. La isla dispone asimismo de formularios y cuños venezolanos para expedir pasaportes y demás documentos identitarios a estos individuos.

¿Y por qué no? Después de todo, los primeros en auxiliar a Fidel Castro tras el naufragio del yate Granma y posteriormente unirse a su causa en la Sierra Maestra –todo ello por intermedio de Celia Sánchez Manduley– fueron forajidos y narcotraficantes. Muchos de ellos recibieron después de 1959 altos cargos aparejados a notables privilegios, a pesar de que no cesaron en sus actividades delictivas. Entre ellos puede nombrarse al capo local Crescencio Pérez, terrateniente de marihuana, a uno de sus sicarios, Vitalio Acuña, o al arriero de mulas que hacía llegar la yerba desde las lomas hasta los camiones que abastecían la capital: nada menos que el comandante de la revolución Guillermo García Frías. Ese mismo, el “general jutía”, ese que quería hacernos comer avestruz y tripas.