“Mirador de la miseria”
El hotel de lujo K-23 ha sido rebautizado por el pueblo cubano como “Mirador de la miseria”.
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En una Habana que se cae a pedazos, donde los hospitales languidecen sin insumos y los apagones son parte del día a día, el régimen cubano decidió levantar su nuevo emblema: el Hotel Torre K-23. Un gigante de vidrio y acero de 154 metros de altura que costó 200 millones de dólares, aunque otros cálculos apuntan a más de 500 millones de dólares. El Hotel Torre K-23 es una evidencia a la desconexión entre el poder y la gente.
La construcción, iniciada en 2018 en pleno corazón del Vedado, debía estar terminada en 2022, pero ahora se espera su inauguración para 2024. Con 42 pisos y 565 habitaciones de cinco estrellas, será gestionado por la cadena española Iberostar. Pero, ¿a quién servirá este rascacielos en una ciudad que apenas puede mantener funcionando sus hospitales?
El arquitecto cubano Julio Herrera lanzó en redes sociales una pregunta incómoda: ¿Qué podría haberse construido con esos 200 millones? Su respuesta fue demoledora. Con ese presupuesto, Cuba habría podido levantar una central termoeléctrica de 300 MW, similar a la maltrecha CTE Antonio Guiteras, la mayor del país. También un hospital general con 400 camas, o cuatro hospitales pediátricos de 120 camas cada uno. Incluso tres hospitales maternos. Y eso no es todo: 100 policlínicos modernos, 200 clínicas dentales, 400 clínicas oftalmológicas, y hasta 20 plantas eléctricas flotantes turcas, conocidas como patanas, para reforzar el precario sistema energético nacional.
Pero nada de eso ocurrió. En su lugar, se alzó una torre cuyo impacto visual ha sido descrito por otro arquitecto cubano, Maurys Alfonso Risco, como un “puñal en el paisaje de La Habana”. Un edificio que incumple las normas urbanísticas de El Vedado y carece de elementos básicos de la arquitectura tropical, como aleros o terrazas cubiertas. Sus fachadas de vidrio, además, reflejan la luz hasta el punto de dificultar la visibilidad de los semáforos, poniendo en riesgo a los conductores.
Mientras tanto, a solo cinco cuadras del rascacielos, el hospital Calixto García sigue en ruinas.
La pregunta que flota en el aire es inevitable: ¿para quién se construye en Cuba? La respuesta parece clara cuando en las redes sociales los cubanos rebautizan al Torre K-23 como “El Mirador de la Miseria”, “La Torre de Mordor” o “La Torre de la Soberbia”. Nombres cargados de sarcasmo, rabia y desencanto.
El régimen justifica la obra como una apuesta al turismo, pero ni siquiera eso se sostiene. “¿Para qué necesitamos otro hotel? Ya hay suficientes y nunca se llenan. El turismo que se oferta es malo y eligen otros destinos”, comentó un usuario en las redes.
En un país donde el sistema de salud se está desmoronando, donde los apagones duran horas y donde miles huyen a diario buscando una vida digna, el Hotel Torre K-23 se yergue como una bofetada al ciudadano común. No es solo una cuestión de arquitectura o estética urbana. Es una muestra contundente de en qué lugar están las prioridades del gobierno cubano: muy lejos del pueblo. Y también es una evidencia de que en Cuba ha habido una transformación de un estado socialista -donde se transformaban banccos en hospitales, como el Hospital Amejeiras- a un estado mafioso. El ensayista Moises Naím lo definió con claridad.
En los Estados mafiosos, no son los criminales quienes han capturado al Estado a través del soborno y la extorsión de funcionarios, sino el Estado el que ha tomado el control de las redes criminales. Y no para erradicarlas, sino para ponerlas a su servicio y, más concretamente, al servicio de los intereses económicos de los gobernantes, sus familiares y socios.