Cuando se analizan las posibles trayectorias que puede seguir la situación cubana en este año 2024 lo primero que salta a la vista es el sólido consenso -entre amigos y enemigos del gobierno cubano- de la profundidad y extensión de la crisis que sufre hoy el sistema vigente. Nadie se aventura a minimizar la gravedad de esa realidad.
“Esto está muy, muy malo”
Desde la perspectiva económica, el país padece una balanza comercial negativa, un descomunal déficit fiscal con una tasa de inflación de las mayores del mundo, su matriz energética ha colapsado y los diarios remiendos no aseguran su funcionamiento estable, el turismo no alcanza los niveles esperados pese a las inversiones hechas en ese sector, se importa la casi totalidad de los alimentos. Desde una perspectiva social la infraestructura de viviendas y viales se desmorona cada día sin reemplazo, sus servicios de salud, educación y transporte son más nominales que reales. Desde el ángulo político la élite de poder ha perdido todos sus pilares históricos para controlar la población. Carece del monopolio de la información para manipular las percepciones ciudadanas, no puede sostener los servicios sociales como los de educación y salud, ni subvencionar los precios de los productos básicos de la canasta familiar para cooptar el apoyo de la población. Solo quedan la represión y la guerra psicológica como recursos de gobernabilidad frágiles y temporales.
¿Cómo se llegó hasta aquí?
Según Carmelo Mesa Lago entre 1960 y 1990 los subsidios soviéticos a Cuba alcanzaron 39,390 mil millones de dólares. A ellos se sumaron los posteriores subsidios venezolanos.
El régimen de gobernanza cubano se apoyó por más de cinco décadas en un modelo comunista totalitario y parasitario. Su extrema estatización de toda actividad económica conjugada con la extrema centralización del poder en manos de un líder carismático autocrático y caprichoso agravó el perenne desastre económico y subconsumo más allá de la improductividad propia de los modelos económicos comunistas. Pero los servicios sociales y la canasta familiar se subsidiaban con créditos soviéticos.
Del comunismo totalitario al estado mafioso totalitario
Raúl Castro tomó conciencia de que el comunismo totalitario de servicios subvencionados no era viable. Pero en lugar de liderar un proceso de genuinas reformas que desestatizara la economía y levantara el bloqueo interno a las fuerzas productivas, escogió la peor opción. Puso mayor velocidad a una transición hacia un modelo de estado mafioso –también estatizado y totalitario- que no se interesa por las necesidades básicas de la población ni tampoco atrae inversionistas (ni siquiera los rusos y chinos). La sociedad ha descendido en caída libre, explotó masivamente el 11 de julio de 2021 y sostiene un inusitado nivel de protestas ciudadanas cada mes.
En resumen, Raúl Castro decidió, de manera consciente, convertir Cuba en un estado mafioso totalitario. La mafia cubana no es externa al Estado. Lo posee. Hay países con mafias, pero en Cuba hay una mafia con país. Ya no se trata de una burocracia que usufructúa las riquezas sin poseerlas formalmente sino se ha apropiado del 70% de las riquezas nacionales y el 95% de las transacciones financieras para beneficio de su familia y una parte de la elite militar y tecnocrática agrupada en GAESA, que nadie audita ni rinde cuentas a nadie. Así ha hundido ya en la pobreza a más del 70% de la población. El paquetazo económico de shock que acaban de aprobar es uno de las más antipopulares de los que haya conocido la región latinoamericana. No resolverá los equilibrios macroeconómicos y agravará la economía familiar.
Ante la caída de sus ingresos por exportación de trabajo esclavo, remesas y turismo la oligarquía cubana creyó ver a fines de 2022 una oportunidad en la guerra de Putin con Ucrania y anunció su disposición a apoyar a Moscú con diplomacia, propaganda y mercenarios. Pero no funcionó. Hoy los oligarcas rusos no reciben órdenes inversionistas de Putin. No son comunistas ni filántropos, sino cazadores de oportunidades para expandir sus ganancias. Cuba en enero 2024, no las ofrece. No solo es un país en ruinas y arruinado; es una sociedad inestable y explosiva. Hasta los mafiosos rusos reclaman reformas a Raúl Castro antes de arriesgar sus capitales en la isla.
El mensaje central de la guerra psicológica
¿Como es posible que después de la mayor rebelión en la historia nacional el pasado 11 J de 2021, esta casta mediocre lejos de rectificar el rumbo se haya atrevido a lanzar otro paquete de medidas de shock?
Sencillo: desprecian a los ciudadanos. Los creen carneros, oportunistas y cobardes. Piensan que los revoltosos ya han huido con el éxodo migratorio o están próximos a hacerlo. Apuestan al mensaje que su propaganda de guerra repite a cada segundo a los cubanos en la isla y el exterior: “Ustedes son impotentes para cambiar este país. Solo nosotros lo haremos cuando lo creamos pertinente y de la manera que se nos antoje”. No es nuevo.
Eso de que “la rebelión es imposible en ese sistema” es muy viejo. Tan viejo como la URSS. Tan viejo como lo era respecto a la RDA, Polonia, Checoslovaquia y demás países del este de Europa que se derrumbaron ante la mirada atónita de los burócratas del partido, los militares y espías de esos países. Y para aturdimiento de los gobiernos extranjeros que nunca lo creyeron posible.
Cuando recién electo Ronald Reagan reafirmó en privado a su primer gabinete que él no había sido electo para prolongar la coexistencia con el régimen soviético, sino para derrocarlo y debían presentarle planes a ese fin, no pocos de sus funcionarios lo tomaron por loco. Pero no lo estaba. No había que invadirlo, bastaba con dejar de lado la idea de que lo realista es aceptar su indefinida existencia y obrar en consecuencia. Lo realmente loco es que los países democráticos financien y vistan de legitimidad política a sus enemigos irreconciliables basados en el supuesto de que son eternos.
Contrario a lo que repite la propaganda de guerra del régimen, la inmensa mayoría de los cubanos en 2024 no piden ni esperan que un gobierno extranjero venga a deponer a quienes los oprimen. Saben que esa es su tarea. Los cubanos solo aspiran -aspiramos- a que no los ayuden a sostenerse en esta crisis para de ese modo puedan impulsar la renovación de su dominación mafiosa. En este momento de bifurcación histórica eso sería una grave traición a la causa de nuestra independencia y soberanía nacional. Una inexcusable traición a los 10 millones de cubanos que aún permanecen en la isla.