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En el año 2024 el desafío principal que se alza frente al cambio hacia una sociedad abierta, democrática y próspera apoyada en un Estado de derecho y un mercado libre es la necesidad de consensuar entre diferentes sectores sociales y actores una hoja de ruta compartida que permita transformar las próximas y altamente probables rebeliones, en un amplio movimiento social dirigido al desplazamiento del poder de la oligarquía.
Es una certeza que 2024 se inicia con el nivel de gobernabilidad más frágil de los últimos 64 años. Nunca el poder había sido tan débil como ahora. El régimen de gobernanza (conjunto de instituciones y reglamentos según los cuales se administran, reproducen y amplían los recursos nacionales) ha colapsado y no es reformable. Esa situación es insostenible al corto y mediano plazo, pero el núcleo central de la elite de poder con Raúl Castro a la cabeza se resiste a admitir esa realidad.
La oligarquía de GAESA y el núcleo de dirigentes históricos enfrenta un tsunami de demandas sociales provenientes de múltiples y disimiles sectores cuya situación se deteriora por día. Ese bloque de afectados por el estatus quo incluye amplias capas de campesinos, trabajadores estatales, pensionados, veteranos, sectores culturales, funcionarios administrativos y jefes militares de varios rangos, así como trabajadores por cuenta propia. Incluso hay una tendencia incipiente a sumarse a los inconformes entre aquellos que han invertido en MIPYMES sin estar en una relación cercana a GAESA o al estado, aunque la autorización para abrir una MIPYME refleja que no fueron vetados cuando pasaron el proceso de selección para saber si alguna vez se habían manifestado de forma critica respecto al sistema y sus dirigentes
Es altamente improbable esperar la pasiva sumisión de quienes no emigren. Unos nueve o diez millones que quedan en la isla después del último éxodo. Es altamente arriesgado apostar a que se someterán sin rebelarse a la continua y cada vez más rápida degradación de su cotidianidad en materia de alimentos, medicinas, salud, agua potable, electricidad, transporte y otros servicios que el colapsado régimen de gobernanza ya no es capaz de proveer.
Es altamente probable que en 2024 se produzcan estallidos sociales de significativa magnitud con capacidad potencial de viralizar su impacto y extenderse a diferentes regiones y sectores del país. La combinación de represión con éxodo masivo a la que ha apostado la oligarquía nacional para navegar esta crisis no alcanza para contener la inestabilidad creciente. El malestar se ha transformado en un consenso generalizado y estable sobre la imposibilidad de prosperar dentro del actual estatus quo y respecto a la incapacidad de los lideres de revertir y transformar esa situación.
Es una certeza que en 2024 Cuba presenta un punto de inflexión, una bifurcación histórica ante dos posibles transiciones. Una democratizadora, promovida por múltiples fuerzas con procedencias diversas e ideologías plurales, pero todas interesadas en alcanzar el bienestar con libertad. Otra -que podría cobrar fuerza entre los sectores oligárquicos, especialmente después de la muerte de Raúl Castro-, favorece una transición desde el actual estado mafioso totalitario hacia otro modelo de estado mafioso autocrático con una economía de mercado limitada. Una variante de esa corriente es la que favorece el establecimiento de un estalinismo con mercado al estilo chino. Ambas corrientes antidemocráticas expresan el máximo límite del “reformismo” al interior de la elite de poder que podría manifestarse con más claridad después de la muerte de Raúl Castro.
Es también una certeza que nuevas explosiones sociales son altamente probables en 2024. Eso no equivale a la certeza de éxito por parte de las fuerzas democratizadoras en capturar el poder este año. Esto último no ocurrirá a menos que se produzcan procesos de concertación entre las diferentes fuerzas sociales interesadas en el cambio.
Es incierta la proyección futura de la sociedad cubana. Ni los opresores tienen hoy un futuro asegurado en Cuba, ni la democracia cuenta tampoco con esa garantía. El que sea una democracia con mercado o un estado mafioso autocrático con mercado dependerá del pulso actual entre las fuerzas sociales –oligárquicas y populares– hasta que una de las dos logre imponerse en el terreno político. La tercera opción –adoptar el sistema chino de estalinismo con mercado–, tuvo simpatizantes años atrás entre los militantes del partido, militares e intelectuales orgánicos, pero no es seguro que todavía sea hoy una alternativa para esos sectores que se han venido decantando por la opción democrática o la modernizadora del estado mafioso.
Sin embargo, un obstáculo importante es el pesimismo sobre la capacidad de vencer a este régimen totalitario. Ese pesimismo lo alienta el régimen por medio de su aparato de propaganda, infiltrados y agentes de influencia en la isla y la diáspora. Es por esa razón que resulta de suma importancia potenciar la capacidad de visualización del futuro positivo inmediato que se materializaría si se desplaza del poder a la oligarquía.
La gente lucha no solo cuando sabe que es víctima de una injusticia, sino cuando cree que otro futuro mejor es posible en su tiempo de vida y vale la pena correr riesgos por alcanzarlo.
La alianza con Rusia ha agregado incertidumbre a la seguridad nacional en lugar de certeza de mejoría económica. El apoyo incondicional a Putin y ahora a Hamas e Irán, no parece reportar beneficios materiales en materia de nuevos créditos e inversiones, aunque se hayan firmado múltiples cartas de intención a los efectos de propaganda. Lo que ha logrado objetivamente ese aventurerismo hasta ahora es exponer al país a un posible agravamiento de las sanciones externas.
Cuba no es simplemente una dictadura violadora de derechos humanos. Es una amenaza a la seguridad de Estados Unidos, a los intereses de Occidente y a la estabilidad de las sociedades democráticas con estado de derecho en América Latina. Cuba es una pieza esencial del nuevo Eje del Mal para la región latinoamericana.
Lo que está en juego en esta carrera contra el tiempo no es solo la derrota del totalitarismo, sino la conexión estratégica de la sociedad cubana con el proceso de transformación mundial de la era de la información a las puertas de una quinta revolución industrial con el uso masivo de la inteligencia artificial.
La integración transnacional de la diáspora y los cubanos de la isla en un proyecto de desarrollo codependiente –una vez establecida la democracia, el estado de derecho y la economía de mercado– tiene todas las condiciones para dar un vuelco rápido y dramático al desastre actual.
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