En un artículo publicado en abril 2015 en Diario de Cuba, Juan Antonio Blanco incluyó por primera vez el concepto Cuba 3.0 y afirmó: “Raúl Castro se ha limitado a ‘actualizar’ el sistema, cuando lo que se impone es resetear la sociedad cubana, no para retornar a la de 1958, sino para avanzar hacia una Cuba 3.0.” Pocos días después, DDC le pidió al autor que responda cinco preguntas que desarrollen el concepto “Cuba 3.0”
DDC: ¿Este enfoque está tomado de otra fuente?
El concepto 3.0 viene de la tecnología digital y de ahí ha sido tomado para analizar dos casos de países que enfrentan una bifurcación histórica: el de España (Javier Santiso, España 3.0, Editorial Planeta, 2015) y el de China (Mark Leonard, China 3.0, Amazon Kindle Edition, 2012). En el caso de Cuba, yo había expuesto desde 1993 que nuestro país llegaba a una encrucijada histórica y ante la nación se presentaban varios “futuros posibles” (Tercer Milenio, Publicaciones Acuario, Cuba). He insistido desde entonces en valernos de un enfoque contextual amplio de las opciones nacionales para poder situarnos más allá de la inmediatez política.
Acceder libremente a Internet no es solo un derecho ciudadano. Lo que está en juego es mucho más que la prolongación de una dictadura. Es nada más y nada menos si la sociedad cubana será marginal en la nueva civilización de la información y el conocimiento. Si ello sucediera, el país se sumiría en un prolongado estado de deterioro y pobreza endémica como le ocurrió a Haití y África por su rezago al acceder a las tecnologías de la civilización industrial entre otros factores.
La sociedad cubana no necesita de la “actualización”, con parches, del programa 2.0 que caracteriza al régimen vigente, sino que requiere ser reseteada, reformateada, reprogramada como Cuba 3.0
DDC: ¿Qué significado quieres darle al concepto Cuba 3.0?
Ese término subraya el agotamiento de la Cuba 2.0 del socialismo de estado y la inevitabilidad de su sustitución por otro régimen de gestión – no una simple actualización. Primero, es necesario tener claro que la Cuba 3.0 tiene distintas posibilidades de definición, unas autoritarias y otras democráticas. La futura sociedad cubana pudiera parecerse a China o a Irlanda.
DDC: ¿Crees entonces en la necesidad de un cambio de régimen?
Hasta la elite de poder está convencida de que tiene que adoptar otro régimen. Que viva con el temor de perder el control en esa transición es otra cosa. Un “régimen” no es solo un grupo de personas o un gobierno. Esa es la definición estrecha de ese concepto. Un régimen es ante todo un sistema de gestión que puede asumir diferentes modalidades, unas democráticas u otras autoritarias. Tampoco es cierto que los cambios de regímenes solo puedan obtenerse por medio de la violencia o de una intervención externa.
La esencia es que el cambio es inevitable y no podemos dejarlo exclusivamente en manos de quienes hoy detentan el poder. Pero tampoco podemos seguir imaginando la economía y la sociedad futuras anclados mentalmente en el siglo XX. Es absurdo pensar solo en turismo tradicional e industrias históricas como el azúcar, tabaco y níquel. Es derrotista imaginarnos como una inmensa maquila –sea de ropa, computadoras o fármacos-, cuya competitividad se base en salarios miserables que se obtienen bajo la presión de un régimen de autoritarismo “actualizado”. Ese es, por cierto, un futuro posible –y casi seguro- que nos espera bajo algunas de las concepciones autoritarias de la Cuba 3.0. Afortunadamente, hay otros proyectos de porvenir que son igualmente factibles y se hace necesario impulsar.
Urge abordar asuntos como la necesidad de fomentar la llamada economía naranja de industrias creativas (culturales, de programación, entretenimiento, deportes), el uso de internet para dar cobertura universal médica y de educación a costos razonables, la exportación de servicios profesionales (outsourcing) por vía de internet sin necesidad de migrar, la recuperación de las ideas, conocimientos y experiencias acumuladas por los cubanos en la Diáspora sin necesidad de su relocalización en la isla, los mejores planes de desarrollo urbanístico, los nuevos métodos y materiales para la construcción de viviendas, la mejor estrategia para asegurar la seguridad ciudadana frente al crimen organizado global y muchos otros.
DDC: ¿Por qué ha de prestarse atención a una discusión sobre “futuros posibles” cuando todavía no hay acuerdo sobre cómo salir del presente?
El asunto no es escoger entre debatir los rasgos que pueden configurar una futura Cuba 3.0 y las acciones políticas inmediatas que puedan adoptarse para transformar el régimen actual. No hay contradicción entre uno y otro tema. Por el contrario, son –o pueden ser- complementarios.
No todos los futuros posibles en una Cuba 3.0 se apoyan en un estado democrático de derecho ni son inclusivos y equitativos en oportunidades. La gente lo intuye, pero cree que desde el poder la van a arrastrar – de manera inexorable- a ese nuevo futuro indeseable. La elite de poder y su tecnocracia preparan su propia transición y cambio de régimen hacia una Cuba 3.0 que sea más eficiente pero no mucho menos autoritaria.
Cuando la gente crea que existe “la Cuba 3.0 mejor y posible” lucharán por materializarla y se opondrán a sus otras versiones. Proyectar un futuro atractivo al alcance de la mano, es una seria contribución al cambio.
DDC: ¿Qué confianza puede depositarse en las ciencias sociales para vislumbrar el futuro si se han mostrado incapaces de preverlo en relación a acontecimientos históricos como la implosión de la URSS?
La Cuba 3.0 no es coto exclusivo de las ciencias sociales. Necesitamos interlocución con ingenieros, arquitectos, urbanistas, médicos, educadores, y muchos otros. Jóvenes y viejos que no provengan de una sola vertiente política o ideológica. Incluso hay que convocar expertos de otras nacionalidades cuyos conocimientos puedan ser de utilidad a este ejercicio.