El igualitarismo promovido por el socialismo, aunque con buenas intenciones en apariencia, suele generar resultados contraproducentes tanto para la sociedad como para la economía. Su enfoque en la distribución uniforme de recursos y la eliminación de desigualdades económicas no considera las complejidades de las motivaciones humanas ni las dinámicas del mercado.

En primer lugar, el igualitarismo puede desincentivar la productividad. Si los individuos no ven recompensados sus esfuerzos o habilidades excepcionales, la innovación y el rendimiento disminuyen. Esto afecta especialmente a los emprendedores y profesionales altamente calificados, quienes pierden el incentivo para arriesgarse o mejorar si no pueden disfrutar de los frutos de su trabajo. Como resultado, la economía se estanca y la calidad de los bienes y servicios disminuye.

Además, en sociedades igualitarias, el control estatal sobre la economía suele reemplazar al libre mercado, lo que genera ineficiencia y corrupción. La falta de competencia limita la innovación, y los recursos se asignan según criterios políticos en lugar de las necesidades reales del mercado. Esto ha llevado a crisis económicas en numerosos países que han intentado implementar modelos socialistas.

Desde el punto de vista social, el igualitarismo puede fomentar el conformismo y sofocar la diversidad. La idea de tratar a todos de manera idéntica ignora que las personas tienen diferentes talentos, aspiraciones y necesidades. En lugar de elevar a los más vulnerables, el igualitarismo tiende a arrastrar a todos hacia un nivel más bajo, sacrificando el mérito y la excelencia.

Finalmente, el igualitarismo perpetúa la dependencia del Estado, debilitando la iniciativa individual y la responsabilidad personal. Lejos de crear igualdad de oportunidades, termina generando sociedades menos dinámicas y menos resilientes frente a los desafíos globales.

En lugar del igualitarismo  proclamado por el socialismo sería mucho mejor una sociedad equilibrada que garantice oportunidades equitativas, protegiendo la libertad económica y promoviendo la movilidad social sin sofocar la creatividad ni la productividad.

En el caso de Cuba, el discurso oficial de igualdad contrasta con una realidad marcada por profundas diferencias sociales. Mientras una élite conectada al poder disfruta de privilegios y acceso a bienes y servicios exclusivos, la mayoría de la población enfrenta una vida de  pobreza, con salarios insuficientes y limitada capacidad para prosperar. El acceso desigual a bienes importados y conexiones internacionales profundiza aún más esta brecha, desmintiendo la narrativa del igualitarismo y exponiendo las contradicciones del sistema.