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De la guerra irregular, a la convencional, a la guerra híbrida

Resumen Ejecutivo

  1. El recorrido por las intervenciones internacionales cubanas desde 1959 revela un patrón consistente de política exterior agresiva motivada, además de por razones ideológicas, por las necesidades estratégicas que le planteó al proceso castrista ser económicamente dependiente —al mostrarse incapaz de levantar una economía sólida— y haber optado por aliarse con regímenes totalitarios, dictatoriales y antiestadounidenses para proyectar una influencia internacional fuera de toda proporción y obtener de ellos subsidios y colaboración. Bajo esa misma lógica, el intervencionismo cubano ha servido a La Habana para sabotear las ofertas de mejorar en unos casos o incluso normalizar en otros las relaciones con EEUU hechas por varias administraciones de EE. UU. (en especial las de Ford/Kissinger, Carter, Clinton, Obama y Biden).
  2. El gobierno cubano interviene o participa directamente (con personal militar, civil o encubierto) cuando percibe la oportunidad de desestabilizar un régimen democrático y/o sostener un gobierno aliado antiestadounidense. Cuando estas intervenciones fueron exitosas en términos militares o políticos inmediatos (ie, Angola en 1975, Etiopía en 1977, Nicaragua en 1979, Venezuela en 1999), resultan en cambios de régimen seguidos por la implantación de brutales sistemas autoritarios de partido único y, a menudo, de liderazgo personalista que han durado décadas. Chile (1970-1973) fue un primer ensayo fallido de cómo hacerse de manera definitiva con el poder después de que un gobierno afín llegara a la presidencia. ¿La fórmula? Instalar un grupo político bajo su influencia por la vía electoral, desplazar mandos militares hostiles o en su defecto crear una estructura militar paralela a la institucional y finalmente cambiar la Constitución y refundar la nación con instituciones que permitan perpetuar en el poder al nuevo gobierno satélite y sus grupos afines. Décadas más tarde, después de fracasar en Chile, repetirían exitosamente esa misma fórmula en otros países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Honduras y ahora se apresuran a culminarla en Colombia. Curiosamente, todos juntos representaban la rampa perfecta de lanzamiento para las actividades de producción y exportación de drogas de los carteles.
  3. No pocos de esos regímenes apoyados por Cuba han incurrido en masacres, torturas y controles políticos férreos, desde la masacre de mayo de 1977 en Angola, pasando por el Terror Rojo en Etiopía (1977-1978) con decenas de miles de muertos, hasta la represión contemporánea en Venezuela y Nicaragua con centenares de asesinatos de opositores y miles de presos políticos. En todos estos casos, Cuba fue decisiva para instalar un régimen criminal y luego sostenerlo proporcionando las herramientas de poder que les permitieron imponerse sobre sus adversarios a cualquier costo humano.
  4. Para las poblaciones de los países intervenidos, las consecuencias han sido devastadoras. Angola y Etiopía sufrieron guerras prolongadas con más de 1 millón de muertes combinadas, lo que hundió su desarrollo durante generaciones. Latinoamérica vivió ciclos de insurgencia y contrainsurgencia donde decenas de miles perdieron la vida, alimentados por la intervención subversiva armada cubana y las reacciones militares y brutales golpes de estado que ella provocó.
  5. Para el pueblo cubano, la política intervencionista implicó enormes sacrificios internos: miles de familias perdieron hijos en guerras lejanas, recursos económicos vitales fueron desviados a esas aventuras en aquellos casos que no recibieran el apoyo directo y masivo de la URSS. A ello se suma las oportunidades diplomáticas pérdidas —o conscientemente saboteadas— por la dirección cubana (en especial por Fidel Castro) para normalizar las relaciones políticas, diplomáticas y económicas con EE. UU. y otros países cuyas consecuencias han afectado de manera crónica a la población.
  6. El gasto militar, de seguridad e inteligencia de Cuba por más de seis décadas (el régimen cubano llegó a tener uno de los ejércitos y aparatos de seguridad e inteligencia más grandes de Latinoamérica en los 80, desproporcionado para su PIB así como para su extensión territorial y demográfica) fue un lastre para la economía doméstica y la autonomía no fiscalizada de esos sectores resultó ser germen del actual estado mafioso dirigido por el holding mafioso conocido por GAESA.
  7. Las acciones de guerra convencional en África desde 1975 llegaron a tensar relaciones Este-Oeste que afectaron la ratificación congresional de acuerdos de armas estratégicas entre la URSS y EE. UU. y estuvieron a punto de provocar una confrontación directa a gran escala con Sudáfrica.
  8. Recientemente la inteligencia de Ucrania ha documentado la participación miles de cubanos en la agresión imperialista rusa contra su país. Adicionalmente es conocido que fuerzas especiales cubanas ubicadas en Bielorrusia, país fronterizo con Ucrania, so pretexto de entrenarse en el arte de la guerra moderna (el mismo argumento dado por Corea del Norte para enviar soldados a pelear contra los ucranianos) han sido estratégicamente ubicadas en aquel país a pocos kilómetros del escenario de guerras europeo. En 2025 Ucrania ha cerrado su embajada en Cuba y denunciado al gobierno de la isla por su apoyo a la agresión rusa contra su país.
  9. A lo largo de seis décadas, la política intervencionista del régimen cubano nunca ha cesado —ni siquiera durante la crisis de los años noventa ni en la actual—, aunque sí ha adoptado diversas modalidades. En ese tiempo ha empleado distintas formas de proyección militar y desestabilización: desde la guerra irregular (guerrillas rurales y urbanas) hasta la guerra convencional (con unidades regulares de las Fuerzas Armadas), así como variantes de guerra híbrida incluso en conflictos de alta intensidad como el de Ucrania. En América Latina la aplicación de la guerra hibrida se ha basado en el uso de grupos criminales y de extrema izquierda para explotar conflictos sociales existentes -a menudo legítimos- en países democráticos, con el fin de generar episodios de violencia que provoquen una represión estatal que luego sirve para articular amplias campañas de propaganda antigubernamental promovida por agentes de influencia sembrados en medios periodísticos, políticos, gremiales, académicos e intelectuales. Para ello, el régimen recurre también a su extensa red internacional de medios de comunicación —coordinada además con las de sus aliados como Rusia, China y Venezuela—, a sus agentes de influencia y a su vasta infraestructura diplomática y de inteligencia desplegada alrededor del mundo.
  10. Solo un cambio del régimen totalitario y mafioso cubano hacia una sociedad abierta, democrática con Estado de Derecho y libre mercado pondrá fin a la insuficiencia de la economía nacional y abrirá espacio a la prosperidad. Solo un cambio de régimen pondrá fin una política exterior belicista que de forma oportunista —para ganar subsidios y alianzas externas— ha amenazado por más de seis décadas la seguridad nacional de países del hemisferio occidental y de otras regiones del mundo.

CONCLUSIONES

  1. El intervencionismo cubano y su constante amenaza a la seguridad de EE. UU. no constituyen una opción —entre otras— de política exterior o se deriva de los delirios mesiánicos de sus lideres, sino sobre todo resultado de un sistema económico fallido que requiere de subsidios externos constantes y desproporcionados. Para lograr recursos internacionales que contribuyan a la estabilidad interna se recurre a la capacidad de generar inestabilidad internacional al servicio de un mecenas (sea la URSS, Venezuela, Rusia o China) y se colabora en la obtención conjunta y/o venta de inteligencia a países enemigos de Occidente como los ya citados, así como otros tales como Irán y la República Democrática de Corea. El legado del intervencionismo cubano sugiere que rara vez fue enfrentado con firmeza por EE. UU. y otros gobiernos. El enfoque fallido que permitió este largo y peligroso intervencionismo cubano se basó en la falsa premisa de que era posible modificar la conducta del gobierno cubano con sanciones o incentivos sin impulsar su remoción ni el cambio del fallido régimen de gobernanza en que se apoyan.
  2. La política intervencionista cubana no es cosa del pasado. Es una realidad activa en el presente a pesar del desastre social y económico de colosal magnitud que atraviesa Cuba en este momento. Los ilimitados recursos que provenían de la URSS y la concertación con esa desaparecida potencia para desarrollar esas actividades durante casi cuatro décadas hoy los obtiene Cuba de sus alianzas con regímenes que el mismo ha sostenido —como el de Venezuela— carteles criminales, así como grupos radicales terroristas. Cuba estuvo detrás de las llamadas por Diosdado Cabello “brisitas bolivarianas” de 2019 planificadas para desatar conflictos sociales de gran envergadura como en Ecuador, Colombia y Chile. No debería sorprender a nadie que dada la actual escalada de confrontación entre EE. UU. y Caracas parezcan empeñados en crear otros focos de conflicto en países de la región. La política de usar misiones civiles médicas y otras para encubrir agentes de inteligencia y sus operaciones en otros países —entre ellas las concertaciones con elementos del crimen organizado— tampoco ha sido abandonada por La Habana.
  3. La estrategia intervencionista cubana en las últimas seis décadas dejó instalados regímenes de élites autocráticas y a menudo criminales que —con ayuda de La Habana— consolidan aparatos de poder excluyentes, con costos enormes en derechos humanos y bienestar social y se involucran en actividades del crimen organizado transnacional. Para ellas —como para la oligarquía militar del oligopolio GAESA en Cuba— lo que cuenta no son las ideologías políticas sino el monto de los negocios.
  4. Solo un cambio del régimen totalitario y mafioso cubano hacia una sociedad abierta, democrática con Estado de Derecho y libre mercado pondrá fin a la insuficiencia de la economía nacional y abrirá espacio a la prosperidad. Solo un cambio de régimen pondrá fin una política exterior belicista que de forma oportunista -para ganar subsidios y alianzas externas- ha amenazado por más de seis décadas la seguridad nacional de países del hemisferio occidental y de otras regiones del mundo.