En febrero advertimos que el colapso financiero del régimen cubano ya no podía ser disimulado: ETECSA había perdido el 60% de sus ingresos externos, las remesas se desplomaban, el turismo no se recuperaba, y el dólar rozaba los 400 CUP. Aquel fue un mes de cálculo frío en las oficinas de GAESA, donde se tomó una decisión que solo podía nacer de la desesperación: trasladar el peso de la crisis a los ciudadanos mediante un tarifazo brutal en las telecomunicaciones.

El 30 de mayo, ETECSA anunció una subida de precios y la limitación de los datos móviles a seis gigabytes mensuales por 3,360 CUP, una cifra que supera el doble de muchas pensiones y triplica el salario mínimo. Fue un acto de saqueo disfrazado de política empresarial. Pero esta vez, la reacción no fue el silencio resignado. Esta vez, los estudiantes dijeron basta.

Desde la Universidad de La Habana hasta centros provinciales, una ola de indignación juvenil comenzó a tomar forma con una consigna poderosa y sencilla: ¡Transparencia!. ¿Quién decide las tarifas? ¿A dónde va el dinero? ¿Por qué una empresa que opera como monopolio, en nombre del pueblo, se comporta como si fuera propiedad privada de una casta militar? La respuesta es conocida: porque lo es.

El tarifazo no fue un error técnico, ni una política mal calibrada. Fue una imposición de GAESA, el verdadero poder tras ETECSA. Ese conglomerado opaco que controla el 70% de la economía cubana —pero que no rinde cuentas ni al Parlamento, ni al Partido Comunista, ni al pueblo— ha convertido las telecomunicaciones en una máquina de recaudar dólares para sostener su red de hoteles vacíos, cuentas en paraísos fiscales y subsidios al aparato represivo.

Pero esta vez, el abuso financiero tocó un nervio sensible. La juventud cubana —esa que nunca conoció la bonanza ni los discursos creíbles— ha dado el primer paso cívico en un país donde disentir puede costar la carrera, la libertad o la vida. Las protestas comenzaron como reclamo económico, pero ya contienen en su núcleo una comprensión profunda: no es solo ETECSA el problema, sino el sistema mafioso que la controla.

Lo que vimos en mayo fue la continuación lógica del colapso de febrero. Cuando un régimen sin crédito externo, sin inversión extranjera y sin legitimidad popular busca sobrevivir saqueando al ciudadano, solo puede sostenerse mediante el miedo. Pero hay algo que ni el MININT ni la Seguridad del Estado pueden detener: el momento en que un estudiante pierde el miedo y exige cuentas.

Las protestas estudiantiles no han sido masivas aún, pero su impacto es cualitativo. Han expuesto la grieta entre la vieja cúpula decadente y una nueva generación que no quiere sobrevivir en silencio, sino vivir con dignidad. Y esa grieta, si no se cierra con reformas reales, será el inicio del fin del modelo que hoy agoniza.

Mayo de 2025 no será recordado solo por un nuevo abuso tarifario. Será recordado como el mes en que la juventud cubana dejó de pagar, en silencio, por el colapso de otros.