Mientras el gobierno cubano celebraba con fanfarrias la Feria Internacional de Turismo (FitCuba) del 30 de abril al 3 de mayo, la realidad del país ofrecía una postal muy distinta. La Habana, sede del evento, apenas podía ocultar los montones de basura acumulada, los apagones prolongados y las colas interminables por agua potable. Esta disonancia entre propaganda y realidad no solo es grotesca: es reveladora de la imposibilidad estructural de relanzar el turismo mientras el país se desmorona desde sus cimientos.
El régimen presentó a China como “socio estratégico” y anunció vuelos directos de Air China y exención de visados. Pero ni los anuncios más rimbombantes pueden maquillar un hecho evidente: ningún visitante extranjero puede disfrutar de una isla donde no hay electricidad estable, el transporte es caótico, el agua escasea y el hedor de los contenedores desbordados lo impregna todo.
La crisis energética es el obstáculo insalvable. En abril, el país siguió registrando déficits diarios de más de 1,300 MW, provocando apagones diarios de 8 a 12 horas en muchas provincias. El turismo, una industria que depende de la estabilidad eléctrica para operar hoteles, restaurantes, aeropuertos y servicios básicos, simplemente no puede sostenerse en estas condiciones. Ninguna cadena internacional, por más incentivos fiscales que reciba, puede llenar habitaciones sin aire acondicionado ni agua caliente.
A eso se suma la crisis de los servicios urbanos. La recogida de basura ha colapsado en barrios enteros de La Habana, Matanzas y Santiago. El resultado es una estampa que repele a cualquier turista: calles insalubres, plagas de moscas y ratas, y un hedor permanente. Todo esto mientras el régimen se vanagloria de construir nuevos hoteles con créditos opacos gestionados por GAESA, y desvía recursos esenciales hacia sectores controlados por la oligarquía militar.
Más aún, la infraestructura turística heredada está en declive. Decenas de hoteles construidos en la última década operan al mínimo de su capacidad, sin mantenimiento, con personal desmotivado y escasez de insumos. A la vez, el número de visitantes sigue cayendo: abril cerró con 265,000 turistas menos que en el mismo período de 2024, y los pronósticos para el verano son sombríos.
La apuesta por atraer turismo chino parece más un delirio propagandístico que una estrategia coherente. No hay vuelos regulares sostenibles, no hay demanda real, y no existe un producto turístico estructurado para ese mercado. Más aún, en un país sin Internet confiable, sin libre movilidad y con un ambiente cada vez más represivo, la experiencia turística termina siendo tan frustrante como limitada.
El fondo del problema no es promocional, sino estructural: Cuba no puede atraer turismo mientras su población viva en el colapso, la oscuridad y la desesperanza. Cada apagón, cada acumulación de basura, cada falta de agua en un hotel, revela no solo una crisis logística sino una crisis de modelo. Mientras la élite invierta en propaganda y no en soluciones reales, el turismo no será un motor de desarrollo sino otro fracaso anunciado.
Porque no se puede vender el paraíso si se vive en el infierno.