La noche del 15 de marzo de 2025 quedará en la memoria colectiva de los cubanos como otra prueba más de que el país se desliza hacia un colapso energético sin solución posible. Un fallo en la subestación de Diezmero, en La Habana, provocó un apagón nacional que dejó a la isla entera sumida en la oscuridad total por más de 18 horas. Fue el cuarto en seis meses. Ya ni siquiera se trata de fallas técnicas aisladas: es el síntoma terminal de un sistema que ha colapsado estructuralmente.

Durante el apagón, hospitales funcionaron con linternas, se paralizaron los trenes y los alimentos en miles de hogares se echaron a perder. Los cubanos no se sorprendieron: la oscuridad ya es parte del paisaje cotidiano. Lo que sí resulta insoportable es la mentira institucionalizada: que todo se arreglará con unos cuantos parques solares o con la esperanza en inversiones extranjeras que no llegarán jamás.

El régimen intentó culpar a “problemas técnicos imprevistos”, pero la verdad es otra: la infraestructura eléctrica de Cuba está en ruinas. Las termoeléctricas, en su mayoría construidas hace más de medio siglo, funcionan a duras penas y con un combustible que no se tiene ni se puede importar regularmente. La falta de inversión, mantenimiento y planificación —sumada al saqueo de recursos por parte de GAESA— ha condenado al país a apagones crónicos.

El gobierno trata de vender la inauguración de un parque solar en Remedios como un paso hacia la soberanía energética. Es un espejismo. Mientras la demanda supera con creces la generación disponible, el poco dinero que entra al país se sigue destinando a la construcción de hoteles vacíos, no a reparar plantas ni a adquirir tecnologías modernas. La paradoja es cruel: se construyen habitaciones iluminadas para turistas que no vienen, mientras millones de cubanos duermen a oscuras.

La verdad es que la crisis energética cubana no tiene solución dentro del modelo actual. Porque no se trata solo de falta de recursos materiales, sino de una estructura de poder que prioriza el control político sobre el bienestar ciudadano. Mientras GAESA siga captando divisas y dirigiéndolas a intereses privados y opacos, no habrá energía, ni agua, ni comida para el pueblo.

El apagón del 15 de marzo no fue un accidente: fue una advertencia de lo que viene. La frecuencia de los apagones aumentará. Las soluciones reales —transparencia, descentralización, inversión libre, apertura económica— están prohibidas bajo el estado mafioso totalitario que hoy gobierna. Por eso, lo más oscuro no fue la noche del apagón: es el futuro que se aproxima si nada cambia.


Foto: Ernesto Mastracusa /EFE